"LA FORTALEZA DEL SER HUMANO ES CONOCER SU DEBILIDAD; SI QUIERES SER FUERTE SUPERA PRIMERO TU DEBILIDAD" "EL ILLO"

miércoles, 27 de julio de 2011

MIS PALABRAS MÁS ELOCUENTES

Muchas veces considero que aplicar una filosofía a la vida para explicar sus variadas complejidades es tarea imposible y quien así pretende hacerlo se engaña asimismo. Por eso no interpretaré la angustia que actualmente me aqueja y que se aliviará pronto.

Es importante para mí salud escribir, me hace sentir mejor, es una forma de terapia que no le encuentro la razón; pero en cambio, sí la utilidad.  Hoy, por ejemplo, siento el dolor y la impotencia de no poder mencionar las palabras más originales y antiguas que aprendí, aquellas que miles y miles de veces repetí sin adentrarme en su profundidad para ver su verdadera dimensión conceptual y afectiva.

Me refiero a la de decir “Mamá” o “Papá”, esto es,  las de llamar a las personas que me dieron la vida.

Uno aprende a lo largo de la vida que son seres realmente excepcionales y concluye con la apreciación de que siempre se tiene un saldo de amor adeudado que nunca se entregó por más que se hubiese hecho todo lo posible para ello. La ausencia juzga lo deseado muy bruscamente y hace estragos en el corazón humano a tal punto que genera culpabilidad por el sólo hecho de ser hijo.

Cómo no extrañar esas palabras después de tantos años de haberla repetido en los diferentes estados de ánimo. Terminan convirtiéndose en un refugio, en una palabra casi mágica para aliviar los sinsabores que nos depara muchas veces la vida que creamos  aun en contra de nuestro progenitores.

Cuando se dejan de mencionar se siente el vacío del dolor haciendo llamas sin poderla extinguir, se aprecia que por fin se llegó a la adultez y a la responsabilidad de seguir solo en un mundo a veces cruel, en el que no puedes quejarte sin afectar a quienes ya te llaman de la misma manera.

Sólo a los que les hace falta los padres saben de lo que hablo, pues, mil veces han podido experimentar el deseo de mirar al cielo y gritar “Mamá o Papá” en un grito tan fuerte que no acabé jamás.

Se podrá mencionar que es la lay natural, que es el ciclo de la vida; sin embargo, para mi no es del todo así, porque si bien estoy de acuerdo con aquella frase que dice que “Sólo existe una cosa peor que perder a un hijo y es que un hijo se quiera morir”, también debo señalar que únicamente existe una cosa peor que perder a los padres y es que aun estando vivos no se les pueda llamar.

No es la naturaleza la que impone mi silencio, sino el irrazonable, violento y rencoroso comportamiento humano que me mantiene en el exilio; pero aún así, no dejaré de nombrar a mis viejos cuando yo muera, en ese lugar persona alguna me podrá detener o impedirlo; mientras aun viva, cada vez que pueda lo haré sin pedirle permiso a nadie, porque es el llamado de protección afectiva y aun espiritual más fuerte y elocuente que conozco desde que tengo razón.   

viernes, 1 de julio de 2011

EL FRACASO DE UNA HORMIGA NO FRACASADA

No es rara la situación, como dice aquella fábula de Esopo: “que en más de una ocasión sale lo que no se espera”, lo que a mi manera, es un tanto desilusión que, a cualquiera desespera; tal vez y no lo dudo, es normal para muchos que están en la buena; pero, aun creyendo en esa última posibilidad de optimismo también es cierto, que de seguir esa “normalidad” seguro estaré en el límite de locura y lloradera. Me replican que exagero, que la situación no es tan dura; entonces para saber la verdad no nos queda otra opción que analizar un episodio de mi vida con delicada cordura. Eso sí debo advertir antes, que no haré más rima de esta historia de aquí en adelante; no es que sea difícil hacerlo y menos en el otoño que me encanta porque trae su leve frío junto con el moderado viento; pero la verdad, por huraño que estoy no quiero perder más el tiempo, ojalá cause furor por el toque de realidad con humor:

Sin entrar en pormenores de lo que fue o no, de lo que hice o deje de hacer, la verdad es que ya viene un tiempito prolongadito de situaciones no muy reconfortantes con algunas excepciones de furor y alegría temporal; aquel día, por no decir “ayer por ejemplo”, necesitaba un (1) dolar, mejor dicho dos (2) dolares para ir a hacer una diligencia médica y volver; sin embargo, luego de que busqué y busqué sólo encontré un (1) dolar con cuarenta (40), eso, valga resaltar, después de arrastrarme  tal fuera un ratón debajo de las camas para ver si observaba alguna moneda y, como había oscuridad, encendí mi celular para tener un poco de claridad, ingresé un poco más quedando apretujado por lo bajo del somier cuando de repente vi una de las escenas más tenebrosas, escalofriantes, terribles, asquerosas y repugnantes  de mi vida:

Una inmensa, negra y peluda cucaracha en frente de mi cara y voy a contarles señores, los que me conocen saben que no miento, que la blatofobia como se le llama científicamente a lo que yo  le denominaría “cucarachofobia”  aunado al hecho de no poder salir rápido de ese lugar por lo apretado que estaba casi me generan un infarto, quería convertirme en el “hombre increíble, ¡sì, el verde por las dudas¡ para poder levantar la cama,.el colchón, la ventana, el techo y cualquier cosa que se metiera en mi camino, luego volver a ser humano, o sea, el yo real que les habla, y salir corriendo kilómetros enteros distantes de esa espantosa alimaña. Preguntarán ¿el porqué no elegí al personaje de “Superman”? la respuesta es sencilla: Superman es siempre poderoso y fuerte, es siempre “Superman” y enfrenta a sus enemigos etc , etc, etc. pero la verdad yo no tengo deseo de enfrentar a la cucaracha ni siendo ese super héroe, las evito a toda costa y no tengo la mínima intención de matarla ni pisarla ni nada por el estilo, me generan un temible asco.

Por esa razón, quería solamente fuerzas para levantar el mundo que estaba sobre mi humanidad en ese momento, tal fuera el “hombre verde” que aguanta y posterior al desastre que hace y pasado el susto, se marcha. Similar a lo sucedido en la mencionada tira cómica, pero descendiendo a la realidad, por mi parte no quería matarla, solamente deseaba, luego de tirar todo a mi alrededor, correr y alejarme de ese bruto animal que, entre otras cosas aclaro, no les tengo miedo; sino algo que no se describir y que se aumenta por su taradez, torpeza y brutalidad, pues, son tan estúpidas que siempre vuelan o corren para donde me encuentro en vez de irse por la vía contraria en la medida que yo represento al presunto agresor (que en realidad es víctima en este caso y sale despavorido). Si actuaran de esa forma, como lo hacen todos los animales, no les tendría tanta rabia; pero no, está es invenciblemente idiota, por esta razón creo, y no me importa que digan los ilustrados entomólogos, han sobrevivido tanto y seguirán haciéndolo por ser verdaderas bobas y tontas al extremo. Bueno, basta de las cucarachas porque no terminaré el cuento central de hoy por lo inevitable que es para mí el despotricar de ellas cada vez que puedo, así me suelo desahogar mucho. De esa forma comenzó el día y no terminó mucho mejor y prefiero no describir lo que aconteció en ese interregno.

Llegaba el día siguiente y era tan ¡magnífico¡ como el día anterior que acabo de resumir. No encontraba la solución a nada, tenía una desmotivación terrible y debía hacer miles de diligencias importantes y no sabía ¿cómo iba a comenzar ni con qué medios?. Daba vueltas y vueltas por el patio hasta que, como buen observador que suele buscar las respuestas en los comportamientos de los animales, me di cuenta del hermoso otoño que dejaba la hojarasca revuelta en el piso rústico de cemento movida tenuemente por el viento frío de la mañana y, lo mas importante, dentro de ella noté algunas hormigas dispersas cargando unos pedazos de hojas frescas hacia alguna dirección que para ese momento desconocía por completo.

Me llamó la atención de todas ellas la que cargaba la hojita más grande, que era en esencia un pedazo de hoja que casualmente se encontraba muy lejos del portón del garaje por donde la mayoría de sus amigas salían a la calle. Todo el patio estaba repleto de hojas de todos los colores y formas, algunas de las cuales estaban cerca del mencionado portón, por lo que me preguntaba el ¿porqué aquella hormiga solitaria no cargaba una de las que estaba cerca de la salida y rápidamente llegaba la calle?.

De ese modo, primero pensé que ese pedazo de hoja que cargaba tendría un sabor especial dado que era como amarillenta con rasgos aun verdosos lo cual podría dar un jugo especial, sin saber entre otras cosas, si las comían o la usaban como madriguera; sin embargo, alguna respuesta debía imaginarme; pero no era así, pronto me di cuenta que existía muchas con el mismo color; entonces deduje que era el tamaño y la forma, ya que que estaba medio recortada por lo que parecía ser pequeñas comeduras de insectos o de las mismas hormigas y, por ello, necesitaba esa y no otra; no obstante, al inclinarme percibí que si bien no eran muchas, había otras tantas de parecidas connotaciones y más dóciles para lograr su objetivo. En fin dejè de divagar, recordé mis diligencias y volví a la realidad adentrándome al interior de la casa, desmotivado además al ver: la distancia que le faltaba a la hormiga para llegar al portón como de dos (2)  metros o más, la velocidad que iba, la brisa que la volteaba tal fuera un velero en una tormenta, las múltiples vueltas y curvaturas que debía hacer por la cantidad de hojas que había en el camino, aunado a que no tenia la ventaja mía de ver desde arriba cual era el camino más corto. En efecto, todo esos factores juntos me hicieron concluir que para arrastrar ese pedazo de hoja tardaría todo el día sí acaso lo lograba. Por ello abandoné temporalmente esta observación, no sin antes tomarle una foto con mi celular a la hormiga y a la hoja que cargaba por si acaso la veía nuevamente al salir a ocuparme de mis cosas.

Al ingresar a la casa sentía que la hormiga me enseñaba que debía perseverar a pesar de los obstáculos y que debía terminar lo que inicié costara lo que me costara. Escuchaba una vocesita interior que me decía que la cuestión no era el objetivo o el premio en si mismo, para eso la hormiga hubiese cargado una hojita cercana a la calle como yo lo pretendía; sino que era el trabajo, el esmero, la iniciativa, el esfuerzo de la misión cumplida, pero la hecha y planeada por uno sin la solución que siempre debiera dar un tercero.

Con esa motivación e ímpetu  tomé el computador directo a Internet y averigüé en el sebelotodo de "google" a ¿qué velocidad caminaba una persona normal?, la respuesta que encontré, a pesar de que no había uniformidad, era que la tasa la media estaba en cinco (5) kilómetros por hora, por lo que pensé que lo podía hacer tal vez en menos tiempo con mucho entusiasmo.Para ese día debía recorrer treinta (30) kilómetros; o sea, seis (6) horas como mínimo de ida, lo que me generó una gran frustración, pues, a ese tiempo las oficinas públicas estarían cerradas, sin mencionar que de vuelta llegaría en ambulancia a mi casa por haberme atrevido a tal travesía sabiendo que nunca hago ejercicio.

Bajé con cierta molestia considerando que la naturaleza no era muy sabia que digamos y que no podía ser tan iluso de compararme con esa hormiga, que entre otras cosas, ahora si la conceptuaba realmente fuerte al poder lograr lo que yo no podía hacer. Por esa razón, corrí para verla por donde iba y que sorpresa la que me llevé, estaba lejos, había recorrido diría que dos metros aproximadamente; pero la verdad al ver el panorama con calma la tildé enseguida de bruta por escoger caminos tan difíciles por donde pasar; imagínese, detrás de una rueda de una bicicleta vieja que no pudo superar, por lo que tuvo que regresar como medio metro y reemprendió su labor prendiéndose tan fuerte como pudo de la hoja, que ni el viento cuando la volteaba la hacia dejarla, creo que primero se le desprendían las paticas que soltar la hoja. Me daba pesar de sòlo verla.

Al ver todo esto, me decía, tengo que seguir con mi esfuerzo, buscar otras salidas, pensar, pensar, ser inteligente, pues si al fin y al cabo, como pocas veces en mi vida, me había metido en una situación particular que no me arrepentía, entonces debía seguirla de algún modo; el problemas era que no sabía ¿cómo?. Ese desconcierto de alguna forma me guiaba a seguir viendo a aquella hormiguita intrépida acercándose por fin a la ranura ubicada debajo del portón por la que debía cruzar con su hoja medio mordida. Llegado el momento crucial, sin timidez ni cobardía, enfrentó con fortaleza ese reten físico caminando directo a él; por instantes la perdí de vista y salí a la calle rápidamente para observarla triunfante, engalanada y orgullosa de fuerza y capacidad, festejando ese día tan fantástico para ella, que hasta de emoción iluminaba la lúgubre calenda mía; pero que desdicha no fue así, hasta las benditas hormigas tienen problemas:

Al no verla, me desesperé y como un loco me tiré al piso decidido a observar con un solo ojo todo lo qué pasaba; fue entonces que percibí  bien la situación y ocurrìa que como la hoja que cargaba el animalito era muy grande, se atasco en la ranura con otra hoja que aun era más grande que justo se encontraba en medio y, por más que le tiraba y hacía esfuerzo no lograba sacarla. En ese momento me dio rabia y mentalmente la insultaba diciéndole que era una bruta, que ya se lo había prevenido, que por la avaricia y prepotencia le ocurriría eso, qué si acaso era tan estúpida de  no ver a las demás hormigas cargar pedazos livianos y pequeños, que entre otros factores, si estaban cerca del portón, no como el grande y pesado pedazo de hoja que tomó por lo menos desde aquel lugar que para esa diminuta hormiguita era el lejano auto archivado, viejo e inservible; hasta dudè de su partida inicial,  de pronto vino aún más lejos y la vi  cuando había transcurrido cierto espacio del viaje; ¡viaje¡ hecho por una taradita que seguro lo intentaba para lucirse como Hércules ante la Reyna, olvidando que no existen súper hormigas, ni siquiera héroes hormigas, ni cuentos en que una hormiga sea poderosa y tuviera que imitar, la única que recordaba era la hormiga medio estúpida también que aparecía en la caricatura de “La Pantera Rosa” que nunca me gustó y que deseaba que se la comiera el oso hormiguero, la misma que no pudo ver la hormiguita real de esta historia. Ahora no me reclamen porque no hablo de la hormiga atómica, pues èsta al igual que la anterior solo tienen cuatro extremidades; en consecuencia, no son hormigas propiamante dichas.

En serio la maltrataba pensando que el trabajo, el laburo era lo de ella, en eso sí son ejemplos y, por tanto, no inventara en cargar no siete (7) veces su peso, que puede ser lo normal, sino en veinte (20) más. Todas y  otras cosas más que no recuerdo le decía mentalmente a esa hormiguita que había visto como por dos (2) horas. A pesar de todo, debido al tiempo que nos acompañamos le tomé cierto aprecio que me obligó también a pensar activamente en su favor.

Por ejemplo pensé en ayudarla; pero dos razones me detuvieron: La primera que la hormiga me estaba ayudando a buscar una solución a un problema de mi vida y no yo a la de ella; por tanto quería ver cual era el paso que debía seguir como ejemplo en una situación similar a  la mía; la segunda y mas importante fue porque estaba seguro y la experiencia me lo indicaba que si metía mi mano y la ayudaba aun con la mayor sutileza, la tonta hormiga no iba a querer más esa hojita e iba a salir corriendo a otro lado tal vez hasta asustada.

Pero aquí no termina la historia, sucedió que por estar mirando como niño qué hacía esa hormiga, una persona decente y adulta me preguntó si ¿se me había perdido algo?, a lo cual respondí disimuladamente que no, que simplemente estaba tomando las medidas del portón para cambiarlo, personaje éste, valga mencionar para volver a mi problemática, que no esperaba que me ayudara con mi pasaje del bus y, por lo mismo, no valía la pena, por más ridículo que llegare a parecer, que me apartara de ver el final de la frustrada hormiga, quien seguía luchando como loca con su hoja. Lo que por humano debo confesar es que sentía consuelo al sentir que algo parecido le pasaba a esa desdichada hormiga a la que varias compañeras se le acercaban, la tocaban, supongo que algo hablaban o se comunicaban con las paticas, la rodeaban; pero se iban sin ayudarle, cada cual se marchaba a buscar su pedazo de hoja; mientras la hormiga protagonista de esta historia se aferraba a sacar su carga a toda costa. Quién sabe si las otras hormigas en ese momento tan difícil la apoyaban, lo que no creo porque no la ayudaron en lo mínimo esperado, creo que que tal vez al igual que lo había hecho yo, le recriminaban, criticaban, le endilgaban testarudez y soberbia y ella callada aprendía su lección queriendo solamente terminar lo que empezó ó que llegara una buena hormiga prójima y samaritana; pero como en las hormigas no existe "Biblia ni Dios", ésta nunca llegó. La verdad me sentí mal al hacer leña del árbol caído porque seguramente lo estaban haciendo conmigo en mi vida.   

Como nunca pienso en resentimientos, eso creo, y que la perseverancia forja el sobrevivir y hasta lleva a construir conceptos motivantes optimista a veces distante de la realidad porque de otro modo sería tanto como quedarse lamentando y quejándose, lo cual tampoco genera frutos, quise comprender ó mas bien di por cierto que si las otras hormigas le hubieran prestado ayuda, poca cosa serviría para la colonia, pues, de alguna manera sabían que la atascada hormiga podía con su carga y que debía superarse por sus propios medios haciéndose cada día mejor; lo contrario, ayudarla significaba perder eficacia, ya que podían hacer dos o tres viajes superiores, en el mismo tiempo que tardarìan en cargar esa hoja tan pesada que aun lucía atravesada en la lata oxidada del portón, y, que para las otras además era función de un solo individuo.

Entonces también pensé que la gente que no ayuda teniendo la forma de hacerlo, no siempre lo hace por una mala intención, inconscientemente quieren que nos repongamos de las malas decisiones y podamos superarnos  nosotros mismos; pues, sí lo logramos seremos libres para siempre; sin embargo, igual razoné que la hormiga se negó a recibir ayuda porque en ocasiones es mejor aceptar las limitaciones reales que recibir flechas envenenadas de críticas, o es mejor quedarse solo a que el colectivo con una mano solidaria y alegre nos ayude a superar aquello que solo no podemos; pero, luego con la otra mano nos saque del bolsillo las ganancias y frutos de lo que nos han dado y que difilmente hemos llegado a obtener, todo bajo el discurso falso de la negligencia asumida que en verdad lleva escondida la espada de la subyugacion  e imposiciòn del fuerte sobre el dèbil en cualquier grupo o sociedad humana.

Así entendiendo las cosas de las hormigas, humanizándolas un poco, entendía la mía, porque en el fondo realizaba solo aquel arte antiguo que honraban los griegos que era “pensar” sobre la vida y sobre uno mismo tratando de conocerme para descubrir defectos y virtudes a fin de superar los obstáculos que creaba con mis actos o pensamientos o aquellos que me presentaba la vida. Bueno, señores creo que le gustaría saber por último en que terminó la hormiga de este cuento, veamos:

Todavía tirado en el piso noté como de manera inteligente la hormiga volvió a meter la hoja al patio para sacarla por otra hendija de la puerta, de esa forma la empujó hacia la casa, por lo que tuve que levantarme corriendo para mirar desde adentro, se me atoró la puerta; pero por fortuna llegué a tiempo para contemplar todo lo que acontecía.

Por escasos dos segundos la hormiga dejó por primera vez el pedazo de hoja, dio la espalda no se si para pedir ayuda o para ver el camino preciso por donde iba a pasar y, en ese momento, de repente una brisa brusca expulsó lejos la hojita que había cargado por casi todo el día, de modo que cuando ésta volteó ya no la divisaba por ningún lado.

Ante mis ojos observé lo que para mi fue un suceso trágico, estaba a punto de írsela a buscar  y traérsela y hacerle entender las cosas; pero ya saben que era imposible, no había forma de decirle como acontece si fuera un perro, por ejemplo, “toma tu hojita” y ella saltando y moviendo la colita que no tiene, la agarraría, saben que eso no era imaginable si quiera. La hormiga atravesó sola el portón y yo corrí rápidamente por la otra parte, esto es, la de la calle y me arrojé al suelo para ver cual iba a ser su destino, es más sentía como que lloraba, pero al mismo tiempo sabía que no era así, era un cruce de sentimientos y razones inexplicables.  Cuando estaba en el piso todo fue tan distinto, lamentablemente no pude diferenciarla de las demás, pues, era la forma, el tamaño y el color de la hoja que cargaba en la espalda que la hacía única, que la hacia especial e individualizable ante las demás, que le aportaba esa seducción que las otras no generaban, su sufrido camino me generaban admiración hacia ella como a ninguna otra, de tal forma que si no hubiera tenido tanto trabajo pasaba desapercibida, era su carga su cruz, era su cruz sus lamentos y sus lamentos su naturaleza única y destacable.

Esa labor de resaltar con honor lo que fue esa hormiga tal fuera el funeral de un militar héroe en combate, también resalta mi autoestima,  pues, mi pasado, mis  sufrimientos,  esperanzas, esfuerzos perdidos, mis pérdidas, mis errores; pero también todas las virtudes, bondad, perseverancia, nobleza, espiritualidad y solidaridad que sobresalió en ese camino que es la vida en el que muchas veces  no se puede dividir lo bueno de lo malo en el desarrollo de lo que pensé y pensamos con buena fe que podíamos obtener, tal vez equivocados o no, lo cierto es que al igual que a la hormiga, me convierte en ser único y preciado tanto por mi presente como por mi pasado, comprendiendo que los equívocos y lágrimas  no fueron en vano, dotándome en cierta medida de características admirables en riquezas anecdóticas que pueden servir a otros que están identificándose con esta historia y personajes a sobreponerse, porque al final de las cuentas, todos somos capaces y héroes de nuestra propia vida.

Para terminar les comento que lo que sí pude constatar en ese momento en que no identificaba mi hormiga, es que no existía una hormiga sin cargar un pedazo de hojita y las seguí hasta encontrar su colonia, les tomé varias fotos y supuse que mi hormiga, esa que me acompañó en esa mañana tan fría y deprimente, lo mas seguro, lo que resulta casi en certeza,  es que inmediatamente cruzara el portón hubiera montado en hombros otra hojita para seguir con su misión sin mirar el esfuerzo perdido, las ganas puestas, la admiración que había producido, pues, ante todo era humilde, ante todo era "hormiga" que FRACASÓ PERO NUNCA IBA A SER FRACASADA, porque esta última calificación no existe sino en nuestras mentes humanas por mera ficción. Esta hormiga a pesar de que ya no la diferenciaba, me dejó en el corazón grandes consejos y consuelos.

En la vida lo fácil no es lo mejor siempre, lo más cercano y cómodo no es lo conveniente todas las veces; el camino espinoso hace al hombre fuerte; las hojas lindas y ofrecidas fácilmente pueden ser venenosas para uno y para nuestra colonia.

Pero lo más digno y valioso de ese día fue que a su terminación, al caer el sol si fue que lo hubo, los vientos injustos de la vida voltearon, tal como ocurrió con la hormiga,  y alejaron mis esperanzas, dificultándome recobrar la fe luego que me ilusionara con un logro que creía ya obtenido; sin embargo, tampoco está perdido aun, como lo hizo esa hormiga sabia, debo volver a cargar mis promesas y metas porque algún día de una forma u otra pasaré el portón y conseguiré las metas que me lleven a la libertad a la felicidad  y a la de toda mi colonia o familia.

Porque si soy leñador de mi propia vida  y pierdo la leña que traje con tanto esfuerzo del bosque selvático y aun virgen; también gané porque logré hacer un camino que no existía que me servirá para buscar fácilmente otra vez madera, madera de la buena, la que llaman los campesinos de "buena honra," la extraída del árbol de la perseverancia que es la que sirve para prender el fuego que alimentaré siempre, el fuego del amor y de la esperanza.           

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