La búsqueda de la identidad, el de
constituirse único en el cosmos es la reacción inconsciente de mantenerse
inmortal en un mundo efímero, el de
dejar una huella en la arena de la vida. Radica en ese punto tal vez la
diferencia de sobresalir en un universo infinito ò de pasar por desapercibido
para la infranqueable evolución. Al final, las dos opciones son tan vanas como
sin sentido; sin embargo, aceleran el
motor de emociones y sentimientos en una realidad vestida de mentiras o
creencias ficticias sobre la razón de existir.
La esencia de la identidad es la individualidad,
esta busca alcanzar un poder personal y persuasivo, en ocasiones tan atractivo
como nocivo para quien lo detenta. No es esto un marco filosófico, sociológico
o psicológico, ni lo pretende ser; es más bien una interpretación aislada
basada en una observación general que no escapa a la inevitable flecha de la
subjetividad que se encuentra en cualquier exposición de ideas.
Volviendo
al asunto debo indicar, que este poder no necesariamente es social o de
manipulación general, basta la admiración del perro domesticado hacia su amo
para hacerlo sentir único.
Lo triste de la historia es que por más
sonadas proezas que se hicieren, tarde o temprano nos alcanzará inevitablemente
el cese de nuestros latidos, por dramático que suene, y para nosotros esa será
la única realidad; el resto de ideas, honores, herencias, defectos y virtudes quedaran
sólo como motivaciones para creernos o sentirnos inmortales en un mundo que no
cree ni en la vida misma; pero que a pesar de ello, le da la singular
característica de bella y esperanzadora, sin la cual el dilema de Shakespeare de “ser o
no ser” lo resolveríamos en contra de nosotros mismos desde el momento en que
meridianamente lo pensáramos asì.
Por todo lo dicho, se debe tratar al menos de discernir
diariamente si esa que llamamos “identidad” realmente se convierte en una “vanidad", pues, si es asì, podríamos terminar repitiendo la historia de Salomón quien al final de
sus días declaro: “¡En esta vida nada
tiene sentido! ¡Todo es una ilusión”; ni tampoco leyendo el Eclesiastés sobre que
“todo en la vida es vanidad”.
Ciertamente la vanidad nos hace perder tiempo, acorta la
vida, nos adentra en encontrar objetivos superfluos mal gastando el tiempo y dejando los sueños
realizables desde joven en puros deseos alcanzables, a tal punto es esta
paradoja, que muchas veces escucho “cuando sea viejo quiero terminar mis días en
tal parte y haciendo tal cosa” cuando no se necesita esperar la ancianidad para
vivir en libertad y en pleno goce de lo querido en armonía con el corazón;
basta, no lo niego, que encontremos los elementos básicos para obtenerlo, lo
que no es tarea fácil, para comenzar realmente a disfrutar de los días en que
viviremos.
La vida no puede convertirse en una cadena de
actos de abandonar lo realmente bueno por lo que "parece" mejor ya
que puede llegar a ser una gran equivocación. Caer fascinados al punto de dejar
lo que ya teníamos y correr detrás de lo nuevo para descubrir que solo era una ilusión,
es un camino que muchos transitan en las relaciones humanas en lo
familiar, laboral y personal.
Son solo reflexiones que desentierran una
verdad que mañana taparé probablemente por vanidad. Dios los bendiga.