Me pregunta usted qué si son
verdades mis historias? Rasga el bigote inquietando la duda sobre mi corto
recuerdo? Acaso cree que en buena fe algo debe creerme? Si es así déjeme que le
conteste. Lo lamento por usted que no le de detalles; pero más lo lamento por mí.
Con la cabeza cabizbaja y con el corazón de testigo le digo que desearía fuera
mentira lo que digo; más aún que ya no la contara o, aún más, que no hubiese
existido; sin embargo, existieron y el
resultado fueron sumas y restas, eso sí me gustaría contarle y para ello
póngase cómodo.
Perdí el amor que nunca fue, la
alcurnia de un pobre que se creyó ganador de la lotería y cuando fue a reclamar
se equivocó de día del sorteo y quedó vestido con saco y corbata; perdí las
grandes amistades que hacían innecesarios tener enemigos; perdí las alabanzas
de los hipócritas y las falsas adulaciones que no merecía, perdí el poder sin
apoderamiento; perdí tantas cosas que no podía terminar; perdí hijos de los que
nunca fui padre; perdí una familia que nunca estuvo; pero lo que más perdí fue
que apostaba a que nunca podía perder y
fallé.
Ahora usted me dice que no entiende
nada. Bueno quédese tranquilo y tómese otro trago que ya le cuento que gané.
Pocas cosas. Gane un amor de verdad, una riqueza que jamás se gastará porque
viene del corazón, gane el silencio sincero de quien no te adula y el trato
justo del hombre común; gané hijos de
los que no era padre; gané una
familia y lo que más gané fue que aprendí a perder.
Si he de ganar nuevamente lo que
he perdido lo rechazo y prefiero mil veces perder y tenerlo por bien perdido.
Ahora, si para ganar lo que gané tuve que haber perdido lo perdido; entonces
declaro que he sido un afortunado perdedor.
Usted no entiende; pero para qué
quiere le de detalles si sólo serviría para brillar la copa de oro; para qué si
es ufanarme con guirnaldas de materialismo hechos que no son propios de mi ser;
es tanto como realzarme frente a hechos fundados en arena movediza, es tanto
como alzar el brazo sabiendo que no me pasaran al tablero.
Insiste usted con su necedad y
manifiesta que exagero. Mire le cuento que me he quedado corto porque así debe
ser y acaso de la pregunta de porque no llevo reloj déjeme contestarle:
Siempre he creído que el tiempo
no existe y que no requiero de dos palitos para hacer lo que debo hacer en el
momento que lo debo hacer y porque jamás he sido esclavo de un hábito o una virtud;
pero valga la pregunta para satisfacerlo con mi historia. Sólo una vez en mi
vida tuve reloj, muy lujoso y me lo robaron por traición.
Esta usted equivocado
si al ver mi cabeza baja cree que me ha dolido el reloj y tampoco que me lo
hayan robado, no, eso tal vez estuvo bien, lo que me duele querido amigo es que
jamás debí tener ese reloj.
Tiene usted razón amigo: Sigamos
entonces para delante que en el camino se componen las cargas y Dios proveerá.