Esta es la historia repetida de un cuento que comienza con una
monótona “érase una vez” e inicia de esa
trajinada forma porque de otro modo no puede tener entrada la conocida en
insólita vida del mono y su familia que se
encontraban en la absoluta inopia desde que por mala fortuna avizoraron aquel
tigre que casi deja sin cabeza a una de sus crías; no obstante, claro está, que
ya había pasado mucho tiempo desde aquel infortunio, a tal punto, que se rumoreaba, inclusive, que el felino había muerto.
El mono se empecinaba en afirmar que si bajaban, el tigre
podía aparecer y comérselos ferozmente; por ello, inteligentemente, según el
mismo se califica, se ideó una forma- la forma- o mejor dicho: “su fórmula”
para vivir; más bien, “sobrevivir”: Estableció
normas de conductas, dentro de ellas se destacaba la principal: “La de que
ningún monito ni la monita de su pareja podían bajar por ningún motivo del
árbol”; porque, supuestamente, el honor de morir radicaba en el macho de la
familia, sólo en él. Así las cosas, apresuradamente bajaba, se subía al árbol
más cercano, desprendía bananas y se la llevaba a su familia.
Transcurrieron muchos años viviendo de la forma en que el mono
creía que era lo mejor para su familia; sin embargo, no se percató que los
hijos crecían y que las otras familias sumaban comodidades porque todos sus
integrantes trabajaban sin temores, y, si bien, él de alguna manera consideraba
que su familia podía estar igual o mejor; mantenía incólume sus reglas de vida esgrimiendo
un fuerte argumento; tan fuerte como falaz: de que la vida de su familia no
corría peligro y prefería la conformidad e incomodidad perenne antes que el acecho
de la muerte.
El bondadoso mono siguió así por años creyendo de buena fe
que realizaba un sacrificio para su familia y que aquella mona lo esperaría en
su guarida cada vez más agradecida por tan actos heroicos; pero,
desafortunadamente, en la vida cada mono tiene una visión diferente, los
árboles se hacen pequeños para la familia y algunas monas piensan de acuerdo al
tamaño de la banana que le traigan; al parecer, un charlatán mono saltarín le
llevaba una banana muy grande todos los días, justo cuando el mono protagonista
de este cuento no estaba; tanto que la bruta y fría mona se fue detrás del
nuevo embeleso, no por astuta, porque poca inteligencia tenía; más bien por
ignorancia y engaño.
Los monitos ya no eran tan monitos, comenzaron a notar que el
tigre de papa ya no existía y bajaron e hicieron sus vidas pensando de alguna
manera, que su padre era responsable de tantas falencias. Por su parte, la mona
hizo su vida con el mono de la banana grande y, aunque cada tanto recibía
banana de ambos, ya tenía claro a quién amaba.
Pasó el tiempo para todos, menos para el mono que siempre
regresaba al mismo árbol, lo subía
pensando en el tigre, una vez instalado comenzaba a ver entre recuerdos
a una familia que ya no estaba a su lado: su hijos habían partido al igual que
su pareja; mientras él seguía arriba mirando el suelo temiéndole a un tigre que
no aparecía, sintiéndose seguro en un árbol que sólo le ofrecía recuerdos malos,
soledad y melancolía.
Cuando desde la cúspide del árbol veía a lo lejos a su
antigua pareja disfrutando con otro macho, se envalentonaba y pensaba en echar suerte sin importar si aparecía el
tigre; pero, su pensamiento era más grande que su valentía; algo lo detenía o
mejor dicho alguien; así elucubraba, en un laberinto de ideas sin salidas, el que
posiblemente sus hijos volverían o su expareja regresaría y el no estaría en
ese momento para protegerlos; es más, consideraba ilusamente, que el tigre
aparecería ante ellos y estos buscarían su ayuda diciéndole que siempre tuvo toda
la razón.
El mono se hacía cada vez más viejo, sólo, deprimido y
triste; no obstante, un grupo de monos nómadas que se desplazaban por el lugar
le invitaron a formar otra vida en una apartada región de la selva, ante lo
cual él preguntaba ¿ si a dónde iría era selva o un lugar con más
tranquilidad?, a lo que le respondían que era la misma selva; sólo cambiaba el
lugar; pero con el beneficio para él de no tener que ver recuerdos, nostalgias
y sentir el miedo al tigre, lo cual le podía dar lugar a rehacer su vida y
construir un descanso para su vejez.
Dudaba de ¿cómo comería; dónde dormiría y si en aquel lugar las bananas era fáciles de
recoger? A tantos interrogantes los nómadas no podían responder; pero, le
indicaban que juntos podían construir una vida mejor.
Después de tanto pensarlo, el mono de esta historia a quien
le pido excusa por criticarlo en el desenlace de esta narración, decidió
quedarse bajo el falso raciocinio de que aunque cada vez hubiera menos bananas
donde él vivía, algo comería, y, además, ilusionado más que preocupado, porque su
familia lo llegare a necesitar alguna vez, tal vez su ex pareja mona se
arrepentiría; por último, sutilmente dejaba entrever que ya estaba viejo para
improvisar en su vida.
Como debo darle un final al cuento, pido por favor no me
tache de cruel; pero no encuentro otro del que usted en este momento ha podido
pensar; si efectivamente, el mono se hizo viejo, débil, su familia no regresó a
su árbol de la forma que él pretendía y, como cada vez tenía menos fuerzas aunado
a que la comida escaseaba, moría poco a poco de hambre; a pesar de todo,
obtusamente él estaba contento de su decisión.
Un día, como lo fue aquel día en el que debe terminar este
cuento, el mono no aguantaba la soledad y la fatiga por lo que bajó serenamente
del árbol a buscar a los alrededores si quiera una cascara de banana para
comer. De repente, dentro de la maleza, apareció ante sus ojos aquello por lo
que había temido toda la vida, si, era el tigre que aunque también envejecido
no perdía su ferocidad.
Lentamente se acercó al mono quien sólo lo miraba estupefacto
y antes de atacarlo le hablo así: “Sólo te haré una pregunta mono estúpido ¿por
qué si sabias que algún día regresaría
no te cambiaste de lugar o de árbol? ¿Por qué me esperaste tanto tiempo
si debías escapar como los otros animales? ¿Por qué amas tus miedos más que tus
deseos? ¿Por qué buscas la muerte teniendo la vida?”, agregó: “Mono necio te
diré que yo también estoy viejo, casi mis garras no desprenden las presas, mis
pasos no son tan rápidos como antes; sin embargo, pensé que en mi juventud
había atacado a un mono que se refugió justo en ese árbol y aunque las
posibilidades eran mínimas de encontrar a alguien, intenté darle vida a mi
esperanza; mientras tú le dabas
vida a la muerte. Te agradezco mono porque
que hoy seras mi comida, justo no puedo correr, pero tú menos con lo desgarbado
que te encuentras, mis colmillos han caído no siendo esto problema ya que si
acaso tienes piel que bien pueda morder.
El mono escuchaba sorprendido aquellas palabras y antes de
ser comido contestó: “Ahora entiendo; no eres tú el que me comes, soy yo el que
quiero ser comido; no son los riesgos los que evité; son los riesgos que
siempre perseguí; no busque ser amado; busque ser despreciado; no nací para
vivir, nací para morir. Sírvase señor tigre seguir viviendo que yo ya morí
desde hace tiempo.
Cada uno de nosotros tenemos un árbol, un tigre, riesgos, una
aventura, una invitación o proyecto, un aprendizaje de aciertos y errores y, lo
más importante, una vida que definimos. Solo nosotros podemos cambiar el final
de nuestro propio cuento colocando a cada personaje donde debe corresponder,
nadie más lo puede hacer.