Salí de la tierra y a la tierra
me debo. No es mi creador; pero en su
aridez brotó la semilla de mi
ser.
No es el nacimiento el que le da
futuro a la espora que deambula desesperadamente; es la flor cuyo néctar recibe
su visita para darle vida a la vida. Néctar a veces pasado en su dulzura o en
su simpleza, que definitivamente influye en su torrente para darle una
existencia efímera o débil a los rayos del sol; sin embargo, sólo a ella le
corresponde sobrevivir.
Me debo a la tierra y solo a la
tierra recuerdo, sólo como la planta que crece y muere con o sin sustento. No
es el devenir desagradecido el que forma la percepción injusta de las miradas
omnipotentes; sino es la comprensión emocional que evade la debilidad intrínseca
de la creación imperfecta y aun así agradecida.
Sí, sólo a la tierra me debo.
Cuando he tocado soberbiamente las cumbres creyendo estar en el cielo; lo cierto
es, que jamás he dejado de pisar la tierra y, cuando he caído en infinitos
abismos siempre he chocado con la tierra que me ha recibido, aún con sus
fangosos barros negros y lodosos. La tierra y sólo a la tierra me ha afirmado
aun no queriéndola ver.
No es el abono vigoroso el que
genera una planta hermosa; es su capacidad natural de sobreponerse a la
ausencia del abono y a su cultivador que la hace perenne como la maleza que no
requiere cuidado; por ello, la planta sabe que sin la tierra no existe y jamás
la olvida.
El creador poderoso sabe y conoce
que me ha enviado a la tierra y a ella me debo como ser imperfecto e insensato;
que sólo arrastrado de rodilla en su plenitud podría ir algún día al cielo; pero solo gracias a lo que por Dios aprendí en la tierra puedo tener
la esperanza de llegar a ese misterioso espacio del que nadie ha regresado.
He saltado, he volado en aves
mecánicas, he subido en escaleras muy altas; pero tarde o temprano vuelvo a la
tierra ya sea en sus cumbres o en sus llanuras o aun es sus grandes pantanos.
De la tierra soy y solo de la tierra seré. No es un grito imponente y soberbio
que olvida la indefectible relación del cosmos, de las energías, de las cosas y
de los seres vivos; muchos menos es desconocer la incontrovertible ley de la
causalidad o del conductismo aprendido, e inclusive, de los efectos de los
conflictos en la red eléctrica neuronal, ni el debate inerte del yo y super yo;
simplemente es aceptar que a la vida vine y en la vida debo estar y, mientras el
supremo no disponga mi muerte, todo aquello que no puedo cambiar, puedo adoptar
la aptitud inteligente que implique en ella permanecer; mientras cumplo la
misión que encuentre teniendo presente las misiones exitosas y aquellas
pérdidas.
Que puedo pensar del bosque, de la selva, de las
demás plantas. Que todas en la tierra han estado, se ha arrastrado en ella, se
han estrellado contra la tierra y de la tierra han salido, han crecido, han
evolucionado y, que sin embargo; por muy alto que lleguen siempre la tierra
pisaran.
Esa es la verdad de la vida humana;
tal vez no la de Dios porque en verdad a él todo se lo debo y de él bendigo sufrimientos
y emociones, le agradezco infinitamente su aceptación, amor y misericordia, lo
más importante sentirme pleno sabiendo que no
me garantiza ni la dicha constante, ni la fortuna ni la salud infinita, el me promete más que eso.
Gracias Dios por enviarme a la tierra.