Recuerdos permanentes,
insistentes, incisivos, indolentes que me matan sin que muera; recuerdos que
reviven ausentes, recrean sonrisas y reuniones de seres aún vivos que tenían
esperanzas y alegrías, que ahora lucen frustrados y muertos, que ya no viven
como antes.
Recuerdos que lastiman
por una historia que yace trunca, que no volverá, que se instalan en forma
exacta en la memoria a medida que avanzamos con la edad. Pensar en lo que pudo
ser y no fue, es el ejercicio más inocuo del ser humano, que al mismo tiempo
causa deleite en discernir. Es como si uno viviera lo que vivió y lo que no vivió
al mismo tiempo. Se suele congelar escenas que duelen, otras que sacan una
sonrisa que nadie entiende, la adelantamos sin darle la importancia necesaria.
Recuerdos caprichosos,
emergen sin llamarlos, sobresalen sin importar el lugar, la hora o con quien
uno se encuentre, sin que les importen si estoy despierto o dormido, ellos
colocan andar la película de la vida y aunque cierre los ojos, no quiera oírla;
la veo cada vez más clara y con mejor nitidez y, lo mejor o peor, es que una
vez obligado a observarla, me place recrearla cada vez con colores más diáfanos y
entendiendo el guión como nunca.
Recuerdos que nos hacen sonámbulos despiertos,
que hacen que la mirada se extravíe en un destino cualquiera traspasando
paredes, el tiempo y el espacio y me mantenga atento a una conversación sólo
por cortesía. Se convierte en un don, en una habilidad que algunos tenemos, estar
en el mundo de los vivos y en el de los recuerdos al mismo tiempo, es más, a
veces los entrelazamos con comparaciones graciosas que pocos entienden.
Recuerdos que nos
adentran en una vida indescriptible,
cuyos detalles sería imposible relatar a los demás, no alcanzaría el tiempo;
imposible. Los recuerdos son tan lentos y detallados como el pasado mismo. El tiempo
de vida es igual al tiempo de los recuerdos; sólo quedan resúmenes, conclusiones
que nadie, salvo uno, puede comprender con exactitud. ¿Para qué en vano
condenar a otro a ver la tragedia, que uno solo puede ver? ¿Para qué invitar a
otro a reír o alegrarse con la comedia, que sólo uno puede ver y entender?. A veces,
con mucho esfuerzo, los recuerdos se podrán compartir como un ropaje contra la intemperie;
pero, sólo a nosotros nos abrigará del frio de la ausencia.
Recuerdos que son justo
el resultado de lo que hemos vivido y nos indica lo que nos falta vivir. A mayores recuerdos más es la vida que hemos vivido
y menos la que nos falta por vivir. Los recuerdos constituyen la vida misma, se
viven por dentro sin que puedan ser vividos por fuera. Con el tiempo y por
amor, se comparte la vida con los demás; pero la verdadera vida cada uno la
lleva en sus recuerdos.
Recuerdos son
permanentes, no pasajeros, no efímeros, evadirlos no tiene sentido, triunfaran
siempre, se deben afrontar, algunos buenos, otros no tan agradables, sufridos y
generan lamentos profundos internos que brotan del corazón como bebe
abandonado; pero justo es lo que integra con el pasar del tiempo la única vida
que viviremos. Para qué abandonar los recuerdos, si es lo que somos, es lo que
fuimos y parte de lo que seremos. Si no tenemos recuerdos podemos llegar a
perder la razón de existir, del esfuerzo y sacrificio de haber vivido, del
valor de haber superado esquemas. Uno puede perder la memoria; pero jamás
perderá los recuerdos, si se extravían se recuperan fácilmente aun sin buscarlos.
Recuerdos que en
algunos ancianos se convierten en el tema de conversación diario porque ha sido
su única vida y por más que no queramos escucharle, tienen razón en contarla
porque es lo único que hicieron y con eso se irán. Abstraerse de ellos para no
molestar es imposible para muchos viejos. No están equivocados si pensamos que
los recuerdos del mañana son el futuro de hoy o viceversa.
Recuerdos que a veces
generan trastornos, rayan con la locura, que por la cadena de acontecimientos
pueden restar el valor al porvenir; pero, no habrá que preocuparse, es sólo por
un momento, tarde o temprano revertiremos el orden de las cosas y concluiremos,
que por el contrario, generan ganas de vivir, inclusive aunque no sea cierto.
Recuerdos insensatos,
indolentes que se asientan cada vez más en mi alma, retazos de ellos contaré,
de otros pedazos bromearé y de algunos extraeré moralejas y ejemplos de superación
para los demás; pero la verdad es que en su integridad, sin partirlos, no tiene
ninguna utilidad más que vivir lo que se vivió, lo cual no es malo, es lo que
somos, es nuestra compleja identidad.
Dios y mama linda, ayúdame
por favor a cargar con nuestras vidas, con nuestros recuerdos, con lo que hemos
vivido y han vivido alrededor de nosotros, por lo que fue y ya no es, por lo
que tuvimos y ya no tenemos, por lo que no podemos expresar en razón de lo
doloroso del recuerdo, por la desilusión, y aliméntanos con la esperanza de
revivir nuestros recuerdos en otra vida con los seres que jamás perdimos.