Insensata vida que por rudos caminos hace andar al amor y por
cuya bondad fuerza al destino. Inocultable es el deseo reprimido que marcha previsible
a la destrucción, confundiéndose ingenuamente con el fuego de la pasión.
Triunfante y burlona se muestra la locura ante la razón; no siendo suficiente la
poca claridad del ocaso para discernir sobre la complejidad de los huérfanos
sentimientos que, en forma equívoca, con rienda suelta, buscan refugio en
aparentes espacios de consolación. Estos despiadados desatinos son productos de
las decisiones de los Dioses, que a su antojo manejan inexplicablemente las emociones
y que en esta ocasión recaen sobre mí.
Una vez más Eros me ha herido eliminando toda mi razón, quien,
ayudado por los apetecibles métodos de Dionisio, hacen que sea confuso, tenue,
nubloso el perverso habitáculo en el que se mezcla la mentira con la verdad. Diviso
levemente dentro de la espesa penuria de
sentimientos, su excelsa belleza de la que brota la efímera, pero suficiente seducción,
que distingue a Afrodita en persona, por cuya inevitable intervención se conjura
la pérfida unión planeada por los dioses. Es inexplicable como de la fuente
seca se puede sentir tanto placer y del oscuro goce se pierda el sentido del
tiempo, del espacio y, con ello, de la sensatez.
El hechizo desaparece junto con el alba, momento en que pierde
efecto el éxtasis producido por la magia de Dionisio, y en el que logro ver la
gravedad de lo hecho y la realidad de su verdadero ser, con su cabeza llena de
serpientes, sus ojos centelleantes y su violento e inestable parecer. Resultado
de la mala crianza de Urano, la singular Diosa Lisa, quien para desventura de
mi vida y por la misteriosa trama de los dioses, me ha tomado como rehén.
Pudiera salir de tamaña desdicha si al menos supiera la
apuesta que juegan los Dioses sobre mi vida; pero nadie traiciona su secreto, por
lo que la injusticia al pasar el tiempo se torna más dolorosa, logrando que envidie,
inclusive, la suerte de Sísifo, que luce resignado en su eterno devenir,
previendo con claridad, por lo menos, el futuro desdichado de su proceder; en
cambio, mi existencia se transforma insoportable por cuanto no es el
sufrimiento consecuencia de un castigo o la razón de mi destino; sino el medio
para que aquella Diosa obtenga su inútil y extraño objetivo.
Por momentos siento mi apego como una simple adhesión a su
piel, como la de un vil insecto que permanece inmóvil al consumir el néctar y permite
lentamente ser devorado por otro de menor valía, como aquella araña que
embelesado por el cortejo le es indiferente su futuro, aceptando servilmente su
última misión e impregnando su interior a su amada, sin aditamento del riesgo
que supone el final de tal osadía.
Otras veces, con reprochable asomo, al estar involucrado el
designio de los Dioses, emerge de mí un paradójico engreimiento mezclado de
victimización al considerar que tal vez debería recibir algún mérito por tan miserable
porfía.
No es tan fácil salir del juego de los Dioses aun con muchas
tácticas y estrategias. En vano resultan las comparaciones, muchos intentos han
naufragado, algunas armas se han vuelto en contra y la previsibilidad antes que
una ventaja, resulta una señal que muestra una inevitable derrota en mil
derrotas iguales. ¿Quién soy para vencer la tentación de Dionisio o esquivar el
perfecto tino de Eros cuando dispara su flecha que obnubila mi razón? Ni pensar
de hacerle frente a la temible Lisa, quien con su frenética ira me ha vencido
innumerables veces. En la ocasión que tuve el coraje y creí que algún avance
había logrado, utilizó como estrategia la misma que con Heracles, con la
diferencia que su enviada Iris envenenó mi cabeza solo en mi contra para luego
burlarse de la derrota.
Aunque sepa una y otra vez que a la salida del alba, luego de
que desaparezca la magia de Dioniso, descubra su verdadero ser, con la cabeza
llena de serpientes y sus ojos centelleantes, no puedo evitar caer en el mismo
círculo de dicha y desgracia.
Mi ruego y clemencia ante los Dioses no tiene respuesta.
Atenea me ha salvado; pero no revela el secreto, me dice que soy ingrato, que es
más importante resolver el problema y no intentar encontrar la solución del
acertijo ni la razón de la misión impuesta por la divinidad, que al perseverar hasta
llegar al objetivo todas las respuestas encontraré, que Perseo decapitó a Medusa
sin conocer la razón del ¿Por qué lo hacía? Y Hércules superó las doce pruebas
sin saber la razón del ¿Por qué ni para qué?, consideraron en su momento que solo
eran castigos por su actuar.
Ante lo doloroso de mi presente, mi debilidad de espíritu y
falta de comprensión de la voluntad de los dioses, no logro concebir el sueño,
tal vez por el miedo de que en cualquier momento se presente Lisa disfrazada de
Afrodita o Dionisio me tiente con sus dulces pócimas o Eros me hiera con una
flecha de amor y locura o los tres juntos, como lo han hecho antes, generando graves
problemas. Ciertamente, tal es mi confusión, que no sé si los rechazo o los
extraño y deseo que aparezcan aun sabiendo que terminaré indefinidamente
sufriendo o finalmente devorado como hace cierta araña con su consorte.
Ante todo este desconcierto, cansado por tanto sufrir y
pensar, me declaro vencido por la noche y procedo a reclinarme para dormir las
pocas horas que aún quedan para hacerlo; de este modo, dejo abrir la puerta del
silencio para que ingrese una y otra vez la voz de Atenea diciéndome con
sabiduría: “Sigue el ejemplo de Odiseo con las sirenas y encontrarás la luz de
tu salvación; de lo contrario, una y
otra vez a la salida del alba, luego de que desaparezca la magia de Dioniso,
descubrirás su verdadero ser, con la cabeza llena de serpientes y sus ojos
centelleantes”.