"LA FORTALEZA DEL SER HUMANO ES CONOCER SU DEBILIDAD; SI QUIERES SER FUERTE SUPERA PRIMERO TU DEBILIDAD" "EL ILLO"

domingo, 18 de septiembre de 2011

UN SEÑOR ME QUIERE HACER DAÑO EN EL TREN


Siento una extraña sensación de que alguien me sigue cuando voy trabajar; sin embargo, no presto atención a aquello que tal vez es sólo producto de la imaginación, razón por lo que sigo caminado hacia mi labores diarias. Tomo el boleto del tren y espero su llegada.

Mientras el tren llega pienso que a veces este ambiente europeo suele ser cerrado para la expresividad de lo sentimientos sociales, a tal punto, que desde que parto de mi casa hasta que llego al trabajo me conduzco por pura señas elementales. No existe los buenos días ni el grito de “adiós vecino”. Por lo mismo el silencio es más profundo, la conciencia da gritos de culpa, los recuerdos lloran, la nostalgia se regocija con su melancolía, la memoria se fija, los ojos se hipnotizan con cualquier objeto tal fuera un bebe con los colores y de esta forma el viaje se hace lento y a veces cuando tomo el tren vacío se puede tornar cruel e histórico. El movimiento del ferrocarril y el paso de las estaciones causan un estado de regresión que llega hasta adormecerme antes de llegar a saber de dónde vine y quién era.

Cuando por fin llegó el tren me apresuro a apoderarme de una silla, lo cual es un logro después del tsunami de personas que se abalanza hacia ese mismo objetivo. Con el tiempo te insensibilizan y te insensibilizas, poco te importan las mujeres jóvenes de pie, quienes en estos tiempos le parece un acto de seducción el que le cedas el puesto. Por fortuna los viejos y mujeres embarazadas lo aceptan, salvo el día que me levanté para seguir las normas de urbanidad de Carreño en favor de una anciana y ésta con un tono suave pero firme, me contestó que agradecía el gesto no obstante lo rechazaba porque le costaba más trabajo levantarse que sentarse. La verdad que era lógica su deducción, pues, prácticamente ingresó al tren por partes, con un brazo se tomó una pierna y la subió y luego hizo lo mismo con la otra, después con gran esfuerzo logró equilibrarse, no me imaginaba cómo iba a hacer para salir del tumulto de personas.

Bueno siguiendo con la narración de ese día, una vez tomé el asiento y vi la multiplicidad de caras de todas las formas y estilos sentí nuevamente que alguien me estaba observando, es más, siempre lo había percibido; pero esta vez estaba dispuesto a ubicar a ese imprudente antes que llegara a la estación de mi destino para decirle sus cuatro verdades en la cara y echarle hasta el gas pimienta que guardo como defensa personal en mi bolsillo que, entre otras cosas, ya no se si todavía sirve.

Que sorpresa tuve al notar que ese imprudente estaba al frente mirándome fijamente sin ningún temor y, lo peor fue, que se acerco aprovechando que se había levantado el pasajero que iba a mi lado y justo se sentó en el mismo puesto. No lo conocía, estaba vestido  de negro y elegantemente, llevaba un sombrero europeo de principios de siglo XX que sólo había visto en la película del Titanic. Con una voz tenue y de hablar rápido,  antes que le dijera algo me comenzó a reprochar y a señalar con el dedo cuestionándome todos mis errores, recordándome todos los sufrimientos padecidos a causa de mis imprudencias o inmadurez, atizando con dolor en aquellas personas que amo y no puedo ver. La verdad no mentía; pero me estaba hiriendo mucho y no tenía derecho para hacerlo- pensé-. Quién era para reclamarme me preguntaba, trataba de no hacerle caso ignorándolo; sin embargo, tenía algo que generaba que le prestara atención y era su agudo argumento para hacerme sentir culpa.

Trataba de justificarme en vano porque todo lo refutaba con gran acierto y convicción; por último le manifesté que lo que importaba era que no lo volvería hacer, lo que no le bastaba, porque me repetía que aun debía seguir asumiendo los costos de mis equívocos. Al fin me cansé y le pregunté qué sí acaso el no se había equivocado? y me respondió con seguridad que no, que el no se equivoca, que el había nacido para reprochar sin errar.

Cada vez veía los episodios de mi vida contados por ese personaje casi al ritmo del tren y cada vez que pasaba una estación las cambiaba en un tono acusador. No pude más y le inquirí firmemente que me  dijera quién carajos era y porqué me seguía a todas partes, a lo que éste tomándome por el cuello me respondió que era un amigo del que yo pretendía abandonar muy fácil y rápidamente sin pagarle todo lo que le debía. Del apretón en la garganta casi lloro y miraba a los lados en busca de ayuda; pero nadie parecía ver lo que me estaba pasando. Saqué fuerzas donde no las tenía y le reiteré que yo no le debía absolutamente nada, que me dejará en paz, que me estaba haciendo daño.

Ese personaje me soltó del cuello y con toda firmeza me dijo que yo le debía la vida, que era todo lo que yo necesitaba y que debía seguirle por siempre, que yo debería actuar de acuerdo a sus ejemplos y que no me permitiría jamás que lo abandonare. Para mi estaba orate completamente y no estaba dispuesto a soportarle sus pretensiones, no obstante que sus dichos fueran ciertos y me generaran culpa, razón por la cual le expresé que no lo recordaba y le interrogué con ironía que -si yo repetía sus ejemplos como el dice- porqué me había equivocado en lo que ahora me reprocha.

El guardo silencio y comenzó a llorar, entre lágrimas me decía que yo era todo para él, sus alegrías y tristezas y que si yo recordaba bien también él lo era para mí. No sabía de que me hablaba, me daba tristeza verlo así, quise darle un abrazo y en ese momento noté como simulaba que lloraba, lo sorprendí queriéndome manipular, lo que me generó tanta rabia que le pegué una bofetada y le grité que jamás lo seguiría porque parecía un loco obsesivo que me hacía daño.

Observé que ya venía mi estación de destino, me solté de su brazo; pero se me abalanzó casi a los pies y me sostuvo con fuerzas y no me permitía caminar mientras los otros pasajeros comenzaba a prepararse para salir por la puerta principal. En ese momento no tenía otra opción que patearlo en la cara, lo cual hice al tiempo que le dije que no lo seguiría en sus malos ejemplo y que si tenía algo bueno lo tomaría cuando lo conociera, mientras que no me siguiera.

Con el rostro adolorido y sangrando me dijo que nunca podía olvidarme y que iba a estar en el tren siempre que yo lo tomara reclamándome lo mismo hasta que yo lo aceptara. Pensé por un momento que era un psicópata; sin embargo, concluí rápidamente que era inofensivo si yo no le permitía dañarme y que podía ser lo contrario si yo se lo concedía; como últimas palabras le señalé que si era cierto que iba a estar en ese tren todos los días a mi lado, más le valdría no reprocharme lo que yo había superado con dolor. Pensaba que si era para apoyarme,  ya que supuestamente me conocía, lo escucharía con agrado en un futuro.

El sonriendo, con la boca sangrando por el golpe que le propiné, me contestó que no podía hablar de lo que yo quería escuchar y que por más que quisiera no podía dividir lo bueno de lo malo y que siempre me reprocharía, que era yo el que debía asumir una aptitud diferente y valiente frente a ello.
Luego procedió a tirarme un papel doblado que en el momento no pude leer porque casi se cerraba la puerta del tren.

Una vez en la estación y antes de leerlo, pregunté a varios personas sí habían visto al extraño señor; pero todos me contestaron que no y que yo siempre fui solo en ese tren porque a mi lado nunca hubo nadie sentado.

Sorprendido destapé el pedazo de papel y  leí una frase que decía “Yo soy tu pasado, no me olvides, aprende de mí y aborréceme al mismo tiempo, pero sin alejarte porque no podrás”.

A partir de ese día supe que mi pasado me seguía y que todos los días que tomara el tren lo vería sentando a mi lado preparando su discurso; pero decidí que sólo lo dejaría hablar cuando yo quisiera y sin que lo impidiera invite a que me siguieran también dos señores que son más convincentes que él:  el señor presente y el señor futuro que con el positivismo que hablan hacen que el pasado se sienta solo  y desactualizado.

A pesar que no puedo negar que el pasado aun fastidia mis oídos y mi mente, también es cierto que se va volviendo viejo y cada vez se baja solo en una estación más cercana y me acompaña menos en mi trayecto. Como novedad el presente y el futuro cobran mas importancia en mi vida y me motivan a seguir adelante haciendo las cosas bien.

Ahora, entendiendo quién era ese personaje pueden entender ustedes  el diálogo que tuve con él en el tren, el porqué de sus respuestas y las mías.
El illo   

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