Siempre te observé en las
alturas de las montañas que nunca pude subir; cuando llegó el día en que pude
ser capaz de llegar a donde estabas, renuncié a hacerlo por el camino
lleno de espinas que preferías; no obstante, caí estrepitosamente en las laderas
por el que ciegamente escogí. Tú desde la cúspide me miraste sabiendo que me
iba a levantar; afortunadamente me tropecé
y la vida me regresó a mi realidad.
No fue la misma suerte para tí Cóndor
de los Andes, que en los cipreses buscabas tu felicidad; te elevaste conociendo
la inmensidad de la naturaleza incomprensible. Soñaste no pisar la tierra jamás;
sin embargo, siempre estuviste solo, caites en trampas ingenuas y por poco te devoran
animales menos fuertes que tú. Eso no te importaba. No era rebeldía ni osadía,
no le encontraste el sentido a la vida o no quisiste dárselo tu mismo. Nunca
podré hallar la explicación de tu fácil y cruel travesía.
Cuando te lastimaste las alas por volar más allá de lo que podías, creyéndote tal vez, un Juan Salvador Gaviota, todos te protegieron y cuidaron. Te aconsejamos no volver a volar mas allá de lo que tus alas podían soportar; pero solo esperabas la oportunidad para nuevamente alzar el vuelo.
El espíritu libre y sin prejuicios se conjugó con tu actitud ilusa de manera perjudicial y, como siempre, partiste sin importarte la evidencia de los hechos del pasado. Como siempre los cazadores te han atrapado y no podrás volver a volar esta vez. Pienso que ante tu fracaso intento de volar más alto y de conseguir llegar a las estrellas, tú mismo, dejando al azar tu vida, buscaste que te cazaran.
Mientras te recuerdo con rabia por no poder hacer nada que cambié el pasado y sentir al mismo tiempo impotencia al no poder impedir el triste designio que le diste a tu vida al escoger dentro de los horizontes claros, el oscuro segmento de las nubes espesas, pienso con esperanza en algún día volverte a ver.