Es
innegable que aún en el límite de esta alta montaña encuentre el viento amoroso
de tus besos y que a pesar que desde la cima imagine el descenso del tren de los recuerdos en toboganes rápidos y
confusos, que inclusive me haga temer que los manipule a mi deseo y no al real
pasado que trasluce los lúgubres yerros de las pasiones descontroladas, logres
apaciguar mi confusión con una atención amorosa y desinteresada.
En
este vasto lugar, te has convertido en nubes de esperanzas en constante
movimientos que se desplazan formando un cielo infinito de amor del que dimana energía vital que me sostiene ante mi vértigo a las alturas del silencio y la incomprensión.
Eres,
en mi mente y mi corazón, imagen perenne de la belleza, de modo que no es de
recibo tus falacias nostálgicas de un presente disminuido; por el contrario,
con el tiempo te adornas de atracciones desconocidas que sólo tú innovas para
mantener flameante la bandera del amor.
Yo,
por el contrario, soy un niño histérico que se hace viejo; sí, eso es, un niño viejo que cree
dominar el mundo y que cansado de trasegar en el pensamiento, levanta mil veces
la mirada a la luz del razonamiento y
siempre encuentra dentro de las pocas verdades puras y santas de esta vida, tal
fuera mil caminos que conducen a un solo túnel de salida, tu belleza, tu
ternura, tu atención tu nobleza y tu amor para lidiar mis perfeccionados defectos,
los que con los años he esquematizado otorgándole fundamentos prácticos, de tal
manera, que he creado ante tu visión un imagen falsa de vejez.
Te
compadezco; aunque sé que comprendes que ello es parte de la evolución del ser
humano, como también el que sea buen ejercicio pensar sobre lo que se piensa. Aceptas que el colibrí te robé día a día el
néctar del amor por sólo mirarle la belleza; pero audaz y silenciosamente
también sabes que aunque bello, ligero y fugaz, en cada visita te deja el
germen amoroso de tu vida y existencia.
Te
sigo amando y deseando como la primera vez, no por mis virtudes; sino porque es
imposible no amarte ni desearte, sería tanto como estar muerto o, peor aún,
aborreciblemente desdichado, tal como volcán que erupciona destruyéndose por
dentro, si fuese por causa de las decisiones autodestructivas impropias; pero,
quédate tranquila, es tu esencia regalo divino que aparte de apagar las llamas
y los temblores del pensamiento, cristalizas con tu pasión las llamas
inadecuadas del corazón.
Había
comprendido con resignación que el amor es en esencia una decisión, más que una
sensación, y, debo ser honesto al afirmar que realmente no me equivoqué; pero,
mira que hemos sido bendecidos por el creador, pues, a lo largo del tiempo no
has bañados también con el aceite insoslayable del amor y la pasión, cuyo aroma
me enloquece diariamente atrayendo mi ser al tuyo, inspirándome y estimulándome a seducirte
fervientemente sacándote una mirada pícara, un beso, una caricia y haciéndote
sentir feliz por haber nacido
mujer.
No
debo dejar de comentar que me alegro que quieras ser cumplida en todas las
esferas de la vida; pero no me pidas que estando en el norte no vea el glacial;
no me pidas que estando frente al Niágara no vea el agua; no me pidas que
estando en el desierto no sienta el sol;, no me pidas que estando frente a los
Andes no vea la inmensidad de las montañas y, por favor, no me pidas que, al
verte de la forma que sólo nosotros sabemos, no me arroje a tus brazos y
sientas mi pasión desenfrenada, porque justo en ese momento siento el raudal
del agua, siento la calentura del sol, veo la belleza de las montañas y la emoción
de tener en mis brazos a la más hermosa y linda mujer que he amado en mi vida.
Ahora, si llegares tarde a las citas no me culpes,
condena a estos extraños fenómenos de la naturaleza que nos regaló Dios; aunque
te sugiero que te regales una sonrisa recordatoria, te sentirás plácida y
observaras lo importante y placentero de la vida.
De
tu eterno enamorado que aspira, luego que leas estas humildes frases, verte como le encanta verte. Aplaza la cita
una vez más.
EL ILLO
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