Siempre quise dedicarte estas palabras; pero no estaban dadas las circunstancias para ello.
Sabes que me enamoré profundamente de ti, más que por tu forma de ser y de la belleza que dices tener, por la ilusión de tus promesas. Ahora podrás decir que jamás me ilusionaste, que no me prometiste nada; sin embargo, con tus coqueterías, al darme un cariño que trascendía lo común, llegué a convencerme que me quería y de que tú también lo sabías.
Con el tiempo me dabas lo que yo quería y paralelamente alardeabas autonomía y libertad. Estaba esclavo a tus pies, a tus caprichos, a tus antojos. Todo lo hacía por amor, me contentaba con un mísero gesto de pasión.
Siempre supe que le coqueteabas a otros; pero, precisamente era eso lo que más me hacía enamorarme de ti y empeñarme en conquistarte. En más de una ocasión te pedí que me dijeras la verdad, que me respondieras si me amabas o no, tú dándome lo que me gustaba, te jactabas con callar y dejarlo a la imaginación.
Te encantan los juegos en el amor, no respondes; pero con tus actos produces la ilusión de que podía estar cerca de ti. Te sirve esta parafernalia para contemplar tus fines en la vida.
No sé hasta qué punto una manipulación es tal, cuando el manipulado lo sabe; sin embargo, la necesidad en el amor trastocaba mis pensamientos. No tenía muchas opciones: Era dejarte pensando que tal vez me amabas o quedarme esperando que me amaras. Decidí la última alternativa.
Todos los días que trabajaba sin descanso sentía en mi pecho ese bombardeo de sensaciones inciertas, no sabía si realmente me querías, si no me querías; si deseabas estar conmigo por un rato o por largo tiempo; cuando me animaba a preguntártelo nunca diste una respuesta clara ni concreta; pero eso sí, luego me coqueteabas.
Mientras esto ocurría tenía una incertidumbre terrible, la que cualquier ser humano ha podido experimentar: La de sentir que estas amando a una persona que no sabes si realmente te quiere o no; pero muy en el fondo sabes que no es así y que juega con tus sentimientos y tus necesidades. A pesar de esta claridad en el pensamiento, intuía que mala fe no tenías; que tal vez tu situación en la vida te hacía actuar de esa manera.
Repentinamente, como siempre lo esperaba; pero nunca lo preveía, me apartaste de tu presencia de una forma sutil y delicada. No tuviste en cuenta todo lo que había hecho por tí para por lo menos decirme en la cara que no me querías. Te ocultaste y me lo hiciste saber de una forma inesperada y sin gesto de agradecimiento.
La verdad nunca me sentí al mismo tiempo preocupado y aliviado del corazón al saber que ya no pasaría mis sentimientos diarios por la incertidumbre del amor y de la manipulación.
Hoy todo cuan distinto, pronto he comenzado a conocer a otras que dicen expresamente quererme de verdad; si bien no me dan mucho de lo que tú me dabas, lo prefiero ante el vívido recuerdo de la insonora catarata de manipulaciones.
Que si debo agradecerte o no; claro que sí, también aprendí del uso utilitario que me diste muchas cosas, conocí a gente espléndida y de buenos sentimientos y, por último, mi decencia y educación están por encima de cualquier situación y la experiencia me ha indicado que hasta de lo malo se llega a aprender mucho de lo bueno. Siguiendo la costumbre firme de mis viejos tengo por sentado que la fuerza y el poder se consiguen con amor y conocimiento, que en últimas dejan no sólo un recuerdo; sino un buen ejemplo.
Creo que hasta este punto de este escrito han pensado que me he enamorado de una mujer inadecuada, que no me amó y todo lo que se puede desprender de esas circunstancias. La verdad NO lo es así.
Siempre quise encontrar una sensación igual a la de trabajar para una empresa que no sabes si te deja fijo o no; aclaro, no hablo de jefes ni de gerentes, de la empresa como tal, y encontré que lo más parecido es estar enamorado de una persona que no sabes si te ama, que al necesitarte juega contigo.
Esa es la misma situación de miles y miles de trabadores en el mundo que sufren día a día para mantenerse en una empresa por el bien de sus familias, dejan hasta la última gota de sudor y muchas sociedades no le dicen la verdad porque consideran que no producirán iguales, sin impórtales el sufrimiento diario derramado en su corazón y en el seno de sus humildes familias.
En el fondo es utilizar de la forma más baja el sistema capitalista haciéndole sentir al trabajador que es útil por su uso, que es un desechable. Ésta práctica tarde o temprano debe acabarse.
Por último, no sobra indicar mis recomendaciones de que el trabajador debe seguir dando todo por el trabajo, demostrando su honestidad, su carisma y su clase porque de esa manera se mantiene la dignidad; pero sin perder el objetivo de construir para sí verdaderos proyectos en la vida para poder revertir algún día estos rezagos del esclavismo moderno.
